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Vibra un silencio de buhardilla, mórbido y dramático. Una quietud que abre los ojos, un aire sonámbulo de misterio y humedad. Parece que dijera: “Mírame. No me temas. Yo no soy quien debí ser. Soy la viajera que llora sin consuelo en las zapaterías, la que viste fantasmas de los sastres insomnes…”
Maniquíes desnudos en habitaciones blancas, cerradas y vacías. Cuerpos que guardan el secreto, pensando en todo lo que no fueron. Yo buscaba lo inacabado, la belleza escalofriante de lo que pudo ser. Un paisaje erótico: sólo el desnudo junto al paisaje vacío.
Ensayé un cuerpo casi de carne, quise confundir sus formas; imaginé vida en su figura insomne e inanimada, ese gesto que súbitamente en el claroscuro se me mostrara espantosamente vivo.
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