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Una “María”. Ese es el calificativo que tradicionalmente se viene dando a las clases de música o dibujo en nuestros colegios. Salvo alumnos que se sientan especialmente llamados, el arte en general esta degradado desde tiempo inmemorial y viene a ocupar un segundo plano en la formación de los niños. Mientras que en el mundo clásico los griegos ponían a la música, la escultura o el deporte al mismo nivel que la filosofía o el Renacimiento se centró en la exaltación de las artes, hoy en día nuestra sociedad la relega en muchas ocasiones a un mísero segundo. ¿Qué podemos esperar de una civilización que ignora los efectos de una educación integral que no solo se centre en las ingenierías y finanzas? ¿Qué efectos puede tener esto en una sociedad que se educa en la teoría y no en la práctica ni en las artes?
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Enseñar a apreciar el arte debería ser una preocupación de los legisladores. Dotar a los ciudadanos de elementos críticos que les permita participar en eventos que actualmente están reservados a una minoría especializada, no se consigue espontáneamente y de la noche a la mañana sino que requiere un previo caldo de cultivo que debe conseguirse desde la perspectiva de la educación básica. En España los sucesivos planes de estudio han sido muy efectivos y en ocasiones resulta penoso observar el aburrimiento de los adolescentes tocando una flauta dulce o cubriendo el expediente haciendo sus deberes de plástica.
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